domingo, 15 de enero de 2012

El sentimiento que se negaba a sí misma explotó. No sabía que allí estaba, pero esa lágrima en sus ojos la delataba. Estaba enamorada.

No me juzgues por mi pasado, ya no vivo allí.

martes, 3 de enero de 2012

Un día inesperado.

Voy paseando por la calle, me paro ante una librería al sentirme atraída por uno de los mil títulos: “Orgullo y prejuicio”. Pienso en Darsy eso me recuerda a ti y me roba una sonrisa. Me giro, te veo, ahí, de pie, mirando mi reflejo en el escaparate de enfrente. El momento había sido especial mientras duraba, el cruce de nuestros ojos fue profundo. Esos segundos de intensidad fueron como una eternidad de palabras sin pronunciar pero escuchadas de forma sobrenatural. Podía ver alegría y tristeza a la vez, esperanza y desilusión pero sobre todo amor, que era lo que menos esperaba vislumbrar en tu mirada. Te acercaste y mientras me dabas tímidamente una carta caía una lagrima por tu mejilla, diste la vuelta y te fuiste corriendo dejándome con mil preguntas dentro de mí. Me sentí extrañada y me invadió la confusión de estar triste y alegre a la vez. Me dirigí a casa pensando que todo solo era un sueño, y realmente me hubiera gustado que lo fuera porque la confusión en mi interior me ponía nerviosa y no me dejaba pensar con claridad. Caminando por la fría calle del invierno con los ojos como mares llenos de lagrimas parecía que se convirtieran en hielo, igual que mi corazón que no soportaba haberte visto triste. Al llegar a casa me encerré en mi habitación y tumbada en la cama lloré desoladamente después de leer tu carta de despedida diciendo que sin conocerme me querías pero que debías irte a vivir muy lejos. Aunque me dejabas tu nueva dirección no podía soportar la idea de tu ausencia, de salir cada día de casa sin la ilusión de verte paseando, y aunque ahora supiera que sentías lo mismo estaba triste y no podía parar de llorar. Cuando mi llanto se calmó y cesó, ahí quedó, mi cuerpo, tendido inerte en la cama de mi habitación después de una tarde de invierno llena de nuevos e inesperados sentimientos. El timbre de mi casa sonó, eras tú, pero yo ya no podía abrirte, así que tú, triste de no poder verme por ultima vez, dejaste un paquete en el buzón y te fuiste. Sí, lo era, era Orgullo y prejuicio.

domingo, 1 de enero de 2012

Mi mayor recuerdo.

Después de la noticia pasé cada día llorando por la noche en silencio. Hasta que llegó la fecha que amarga mi existencia.
Me despierto. Estoy en el avión. Pensaba que solo había sido una pesadilla, pero no. Abandono aquello que una vez tuve. Dejo atrás los recuerdos en Barcelona y solo los tendré filmados en mi mente. Todos. Tristes, alegres, románticos, divertidos, especiales… No faltará ninguno. En las 8 horas de vuelo tendré tiempo de pensar en ellos de principio a fin. Aunque no quiero pensar en ti, tú apareces en todos y cada uno de ellos. Pocas lágrimas me quedan por llorar, pero al pensar en ti las derramo. Eres la única razón por la que vale la pena gastar las últimas. Y en medio de mis pensamientos vuelvo a dormirme pensando en el último día a tu lado.

En medio de la alborotada ciudad. Inmersa en mis callados pensamientos intentando que hablen para saber que decirte. Pero no puedo. Esperando la llegada de mi mejor amigo el nerviosismo me invade. Te acercas. Mi corazón se enciende. Nos olvidamos de todo. Los coches no existen para nosotros. Las personas desaparecen. Solos, tú y yo. Tantos años juntos y justo ahora algo nuevo ocurre. Me doy cuenta de lo afortunada que soy al tenerte. Y en medio de ese silencio envuelto de ruido me pierdo en tus ojos hasta que veo una lágrima brotar de ellos. No me gusta verte llorar. Siempre hemos conseguido animarnos cuando estábamos tristes, y ahora, sin embargo, no sé que decir. Me siento igual. No quiero separarme de ti. Me lo has enseñado todo. Has formado parte de mi vida casi tanto como yo. 
Decidimos no hablar de mi ida y hacer como si fuera un día cualquiera hasta que llega la hora de despedirse. No sabemos que hacer. Nos afrontamos al peor momento de nuestro encuentro. Nos abrazamos. Por un segundo me ausento de mi situación e intento pensar que todo es como siempre, mi mejor amigo y yo. Al separarnos me retienes un rato frente a ti. Me susurras al oído lo mismo que descubrí que siento yo hacía unos días. “Te quiero”. Dulce, simple, breve, pero perfecto. Y nos alejamos el uno del otro con los ojos ardientes de amor y miedo.

En el avión hacía rato que acechaban unas pequeñas turbulencias. Pero ahora empezaban a enfurecerse. Me desperté de golpe. Vi azafatas corriendo por todos lados. Intentaban calmar a los pasajeros, pero ni ellas mismas estaban tranquilas. Nadie lo estaba. El avión cayó en seco. Lo único que me dio tiempo a pensar es la alegría de las últimas palabras que oí salir de tus labios. “Te quiero”. Ese fue nuestro pequeño, inocente y último secreto. Y después de haber estado todo el tiempo en el avión pensando en mis recuerdos de Barcelona, me di cuenta de que tú eres mi mayor recuerdo.